LOS intelectuales, estudiantes, investigadores y escritores, levantaban, laboriosamente, fichas con los datos para, oportunamente, fortalecer con la necesaria documentación sus axiomas y exposiciones. Era una memoria de papel, auxiliar eficaz para la cerebral. Ahora en la edad digital, todos los datos están a la mano para componer la «historia del café» , pero queda demostrado, sin embargo, ante ese portentoso recurso, que vale más la «imaginación que el conocimiento» (como dijera Albert Einstein) . Aún con todos los datos (la realidad objetiva), es imposible elaborar una tesis, un relato, sin la esencial imaginación, que brota del talento, de la natural curiosidad. Toda ficción, sin embargo, parte de la realidad (Mario Vargas Llosa). En la era digital, el gran erudito parece que ha sido suplantado por los motores de búsqueda de la Internet, pero esa premisa es falsa: para investigar es necesaria la duda o la chispa de un golpe de imaginación, de arranque intelectual, que surge en las mentes cultivadas. Es como el talento del pintor: el óleo y el lienzo son importantes, pero la obra se revela a partir de la mente y la destreza del pintor, aunque dé sus pinceladas en la superficie de una yagua.
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